Son días pesados. Largos. Estamos privados de cosas esenciales, sin hablar de quien sufre por recuperar la propia salud y de quienes se cansan por asistir y sanar. El fin de la pandemia no está a la vuelta de la esquina. Tenemos necesidad de recursos no sólo físicos o sanitarios sino también emotivos. Algunas veces pienso que la paciencia no es suficiente. Se ocupa una buena dosis de humorismo para resistir, como sea y donde sea. El humorismo es una virtud difícil, facilmente equívoca. No se trata de hilaridad o comedia. No se trata de reír y hacer reír (cosas que hacen bien a la salud del cuerpo y del espíritu), sino de hacer sonreír.
Maestros, además de creadores del término original humour, son los anglosajones. De su tradición nos vino la definición general de humor: se trata de una actitud mental de desprendimiento de la realidad, que nos permite acoger aspectos divertidos de nuestra experiencia para no sucumbir bajo su peso. Sin embargo no se debe confundir con la simple comedia, porque tiene una raíz más profunda. En muchas situaciones de la vida, de modo espotáneo se presentan aspectos que sucitan hilaridad, en general accidentales, pero agradables. Es la comedia de grandes como Totó o del Gordo y el Flaco.
El humor como postura en cambio no es generado de la situación sino de la lectura de ella: es principalmente una actitud mental. Quien la posee se esfuerza por leer la situación intentando desprenderse de ella y tomando su lado cómico. De esta manera logra dos metas: por una lado aligera el peso de la experiencia, no permitiéndole invadir y oprimir el equilibrio psico-físico; por el otro, subrayando algún aspecto hace reír y/o sonreir para descargar tensiones acumuladas. En sus “Lezioni americane”, Italo Calvino afirma de modo sintético: “el humor es lo cómico que ha perdido la pesadez corpórea”. Vale para todos el ejemplo de Gigi Proietti.
Una caricatura de Snoopy o de Linus, o una broma de Osho o Crozza, o una frase escrita en la bata médica hacen mucho mayor bien que aburridos programas televisivos, intervenciones cursis de políticos en busca de audiencia o pseudo profetas religiosos que creen tener línea tan directa con el buen Dios que puedan lanzar oráculos a cada oportunidad. Esta pesadez puede ser acogida de doble modo: o como una piedra que nos aplasta y nos llena de mayor pesadez y nos entristece más de lo que ya traemos con nosotros mismos o la recibimos con una sonrisa, una leve sonrisa para sobrevivir en momentos que no son fáciles.
El humorista no es un bufón. Éste último es el que debe hacer reir a toda costa y, por esta razón, frecuentemente no respeta a los otros, no tiene tacto ni amabilidad. En cambio, quien tiene sentido del humor, es el que bromea de modo correcto, dotado de libertad y elegancia, en otras palabras, de auténtica virtud. Es quien está listo también a reir de sí mismo, en la medida en que lo hace con los otros. El bromista ríe y hace reír con frecuencia a espaldas de los otros; el humorista ante todo sonríe y hace sonreír, de sí y de los otros. El humorismo no se trata sólo de crear ligereza, sino de volverse más ligeros. El verdadero humorista no sólo rie de los otros, sino que sobretodo ríe de sí mismo. Es tan fácil tomarse muy en serio a sí mismo, apesadumbrarse y apesadumbrar a quienes nos rodean; implicarse de más en las situaciones; acumular tensión sobre tensión, descargarlas sobre nosotros o aquellos que nos están cercanos, etc.
Vivir con humorismo es un arte que no se puede aprender en la escuela, sin embargo se pueden subrayar algunos aspectos fundamentales. La primera condición para ser un humorista es la libertad hacia la propia experiencia. La vida cotidiana, con su diversidad de problemas, nos pone a prueba cuando nos pide adaptarnos a situaciones tan diversas. El covid exacerba situaciones límite, viejas y nuevas. De aquí la necesidad, antetodo, de libertad interior y, donde se puede, también práctica. Esto no es una invitación a la retirada, a la iresponsabilidad o a formas incoherentes o falsas participaciones, sino una invitación a conservar ese sano e indispensable desprendimiento de la realidad.
Vivimos tiempos muy difíciles desde el punto de vista sanitario, social, económico y político. Nunca, como en los tiempos de crisis, el humorismo es la medicina indispensable no sólo para no sucumbir, sino para ejercitar también una inteligencia vigilante, delante de comicos de tercera, falsos, adustos, frecuentemente bufones que trastocan la escena. El humorismo es también un modo de defenderse y resistir a tanta miseria. Junto a él son indispensables una profunda y sincera ironía, la sátira inteligente y respetuosa, las expresiones teatrales y cinematográficas de valor.
En todos los ambientes intitucionales y profesionales, comunitarios o de grupo, algunas veces se respira un aire pesado: tensiones, celos, envidias, carrerismos, maldades, frustraciones que vuelven insoportable el clima comunitario. En estos casos, si no se puede migrar hacia otro lugar, o se sucumbe o se tiene la necesidad aligerarse. “La seriedad, escribió Chesterton, no es una virtud. Sería una herejía, pero una herejía muy sensata, decir que la seriedad es un vicio. Existe realmente una tendencia o decadencia natural a tomarse muy en serio porque es lo más fácil de hacer. Es más fácil escribir un buen artículo para el Times que un buen chiste para el Punch (períodico semanal de sátira). La solemnidad se deriva de los hombres naturalmente, la risa es un impulso. Es fácil ser pesados, difícil ser ligeros. Satanás cayó por la fuerza de gravedad”
- traducion de Rodo Garcia
- Publicado en Pastoral Siglo XXI, Arquidiocesis de Monterey, México